¿Dónde está el límite entre la esfera pública y la privada? Hace 20 años uno salía de casa y desconectaba de la esfera privada. Al no tener móvil, la única manera de contactar era a través del teléfono del trabajo o desde una cabina pública telefónica.
Hoy en día, sin embargo, llevamos con nosotros un móvil, pero no es cualquier móvil. Es una aparato tecnológico con las mismas funciones que un ordenador. Estamos geolocalizados, podemos recibir y enviar correo electrónico, comprar y vender, chatear por whatsapp, y hasta colgar el maravilloso desayuno que hemos tenido en compañía de un gran amigo. Uno no llega al trabajo y dice, estoy feliz porque he desayunado con Manolo, un gran amigo. Sin embargo, colgamos en Facebook el selfie de ambos sonriendo con el café delante. Por algún motivo, queremos que ese organismo digital vivo, que es internet, lo sepa y a través de él todos nuestros conocidos.
Nos cuesta decirle a un compañero de trabajo a la cara, «te aprecio un montón, creo que vales mucho, tu manera de ser me hace sentir muy a gusto en este lugar…», pero a través del whatsapp sí nos atrevemos a mandarle un emoticono sonriente lanzándole un beso con forma de corazón.
Al revés ocurre lo mismo, la vida laboral, gracias a las nuevas tecnologías se introduce en la esfera privada. Los límites no están claros, se pierden con facilidad. Al final, cada usuario es el que decide dónde ponerlos.