Estoy leyendo acerca de la educación en la antigua cultura hindú y, a pesar de la distancia temporal, no puedo evitar la comparación con nuestra realidad educativa. Sería injusto plantear un combate dialéctico de tú a tú entre ambas, pues han pasado más de dos mil años entre el inicio de la primera y la nuestra, y aspectos como la preponderancia de la religión sobre el resto de las materias, o el disfrute del monopolio del saber entre las clases sociales privilegiadas, lo que llamaríamos hoy una educación clasista, parecen aspectos más que superados en Occidente. No obstante, al menos, sí me gustaría comentar algunos elementos que me han llamado la atención.

Comencemos por la definición de gurú.
Los profesores tenemos fama de ser pesados, y el gurú también, pero este último no en el sentido negativo sino en el de ser una persona madura y de peso, en definitiva, respetable. En la actualidad, aquí en Occidente, usamos el término gurú para referirnos a alguien que es «lo más» en su ámbito, materia, disciplina o «nicho». Por ejemplo, qué docente no conoce a Sir Ken Robinson.
Parece claro que docentes ilustres como el que acabo de mencionar gozan del respeto generalizado, pero qué del docente de a pie, del anónimo, del que resuelve la papeleta no sobre el papel sino a pie de aula cada día. El tema del respeto da para mucho; por una parte, la deferencia que merece todo estudiante por parte de sus profesores; por otra, la que percibe el docente tanto en la comunidad educativa como en la sociedad en donde desarrolla su función.
La función del gurú.
La educación hindú tiene por fin facilitar un proceso de perfeccionamiento que no solo libera al discípulo de la ignorancia sino también de cualquier condicionamiento existencial. Por eso, el primer requisito del gurú es ser también discípulo. Tengo un amigo que dice «aprendiz de todo, gurú de nada«.
El gurú está siempre dispuesto a aprender, por eso puede enseñar.
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Según la antigua cultura hindú, el gurú es el que engendra (espiritualmente) en el discípulo un nuevo nacimiento. El discípulo nace a una nueva realidad gracias a su maestro.
La cultura hindú entiende que el gurú es un buen conocedor de los textos sagrados, además de una persona perfecta que no comete pecado ni tiene tentaciones. En definitiva, es un santo, un iluminado que goza de total libertad. Si continuamos la metáfora con el docente «gurú» actual, diríamos que este es tan profesional en su disciplina que estima los conocimientos de la misma como «sagrados» y busca la perfección en todo lo que enseña, librando al estudiante de la confusión y el error.
El docente es responsable de que el estudiante aprenda. #GrandesEducadores
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Me gusta el hecho de que el gurú no transmite la enseñanza por escrito sino de viva voz. Su mantra lo transmite con la entonación adecuada y en la lengua original. Los hindúes creen que ellos mismos son los que despiertan con su propia fuerza espiritual la energía de lo que enseñan a sus discípulos. El esfuerzo del discípulo tiene lugar, pero también la gracia del gurú y la energía de lo que enseña. Todos recordamos quiénes fueron esos profesores que además de buenos contenidos nos enseñaron con entusiasmo y despertaron en nosotros el deseo de aprender más y más, hasta perder el miedo a su materia.
El estudiante es 100 % responsable de lo que aprende. #GrandesEducadores
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El currículo escolar del antiguo educador hindú.

Lo forman cuatro ámbitos: en primer lugar, el religioso; después, el filológico (¡hurra por las letras!); tras este, el histórico-didáctico; y por último, (no te lo vas a creer) el científico. A la educación física también se le dedicaba poca atención. Se trata de una cultura que tiende al misticismo, preponderando el elemento afectivo sobre el racional.
Los recursos didácticos
En la antigua cultura hindú, el primer recurso es el propio maestro, pues no se concibe al discípulo sin él. Él es el que escoge y transmite cada palabra que va a enseñar. Sería una locura hablarles de delegar la enseñanza en otras personas, o recursos digitales, como los que usamos en la actualidad. Nos tomarían por locos si les habláramos del flipped learning.
La interpretación de lo que se escucha es vital. El estudiante o discípulo hindú es una persona acostumbrada a prestar atención y escuchar. Se entiende que una persona instruida es aquella que sabe escuchar tanto lo que se dice como lo que se omite. Para ese discípulo es más importante saber escuchar que expresar lo que se siente. De ahí, la importancia de la memorización, pues no se dispone de ningún tipo de grabación audible, excepto la del mantra que repite el gurú, si es que lo podemos considerar como tal.
En conclusión
Seguro que, como a mí, te han llamado la atención algunos aspectos educativos de esta antigua cultura. Si te interesa el tema, puedes seguir avanzando y leer también sobre la escuela y la educación en otra importante y antigua cultura oriental: la china.
Bibliografía: OLEGARIO NEGRÍN FAJARDO, JAVIER VERGARA CIORDIA , HISTORIA DE LA EDUCACIÓN, Editorial universitaria Ramón Areces (UNED)