Pilares de la educación hebrea


Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.

Deuteronomio 6: 4-9

De todas las culturas antiguas orientales, la hebrea es la que más ha influido en la historia de Occidente. No encontramos en la historia hindú, china y egipcia un Dios tan personal como el de Israel. Y es que, desde el relato del Génesis, este Dios crea al ser humano, hombre y mujer, a su imagen y semejanza.

La creación

La creación de Adán
Giovanni Benedetto Castiglione, 1642
Art Institute Chicago

Desde el origen, Dios se presenta a sus criaturas como alguien cercano que se preocupa por el bienestar de su creación:

Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal… Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne;

Génesis 2

La caída

Además, su criatura goza de total libertad para decidir y actuar. Así puede decidir obedecer o no lo que Dios le dice. El ser humano no hace caso a Dios y decide comer del fruto del árbol del conocimiento, y así, por libre elección conoce el bien y el mal. Ahora, le tocará recoger las consecuencias de su decisión. Dios no solo expulsa al ser humano del Edén sino que también limita sus años de vida. La degeneración ahora forma parte de la naturaleza humana, la carne se corrompe y el hombre experimentará el dolor, la enfermedad y la muerte física.

Desde entonces, se produce un distanciamiento entre el Creador y la criatura. El hombre lucha contra su propia naturaleza carnal, y no logra por sí mismo restaurar la relación original que tenía con Dios. Aún así, Dios mismo no abandona a su creación sino que se erige como el portavoz principal, el educador por excelencia. El humano es ahora un ser errante.

Un pueblo escogido

Dios vuelve a acercarse y escoge como amigo especial, de entre todos los seres humanos, a Abram, un anciano de 75 años, y a su esposa Sara.

Abram es considerado el primer patriarca de Israel. A Dios mismo se le presenta en el Antiguo Testamento como el Dios de Abram, de Isaac (su hijo), y de Jacob (su nieto). Dios escoge y llama a Abram; además, le hace una importante promesa:

«Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Génesis 12).

Este hecho no es insignificante, pues no solo muestra a un Dios que busca restaurar su relación con el ser humano, sino que además deja claro que lo hace a través de un pueblo que Él mismo escoge: Israel. Dios es el máximo responsable de instruir a Israel. Pretende que sea un pueblo distinto a los demás, en definitiva, un pueblo apartado, santo:

«Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo»

Levítico 11:44

A diferencia de otras culturas orientales, la enseñanza aquí no se centra solo en el individuo sino en la comunidad, en todo un pueblo. Cada familia es responsable ante Dios de seguir los preceptos divinos. Así, deberán transmitirlos de generación en generación.

De esta manera, la familia se constituye como un pilar básico educativo en la cultura antigua hebrea. Tanto el padre como la madre son los responsables de transmitir la historia de Israel y los preceptos divinos. Durante la infancia, la madre ocupa un lugar importante en la crianza de los hijos. A partir de la adolescencia, el padre enseña un oficio al hijo, y la madre a la hija.

Lejos de quedar relegada a un plano secundario, la mujer hebrea, al igual que en la cultura egipcia, se caracteriza por su participación en todos los ámbitos de la vida. Es una mujer culta y sabia, trabajadora y con capacidad para negociar. Así lo refleja el capítulo 31 del libro de los Proverbios:

Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?
Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas.

11 El corazón de su marido está en ella confiado,
Y no carecerá de ganancias.

12 Le da ella bien y no mal
Todos los días de su vida.

13 Busca lana y lino,
Y con voluntad trabaja con sus manos.

14 Es como nave de mercader;
Trae su pan de lejos.

15 Se levanta aun de noche
Y da comida a su familia
Y ración a sus criadas.

16 Considera la heredad, y la compra,
Y planta viña del fruto de sus manos.

17 Ciñe de fuerza sus lomos,
Y esfuerza sus brazos.

18 Ve que van bien sus negocios;
Su lámpara no se apaga de noche.

19 Aplica su mano al huso,
Y sus manos a la rueca.

20 Alarga su mano al pobre,
Y extiende sus manos al menesteroso.

21 No tiene temor de la nieve por su familia,
Porque toda su familia está vestida de ropas dobles.

22 Ella se hace tapices;
De lino fino y púrpura es su vestido.

23 Su marido es conocido en las puertas,
Cuando se sienta con los ancianos de la tierra.

24 Hace telas, y vende,
Y da cintas al mercader.

25 Fuerza y honor son su vestidura;
Y se ríe de lo por venir.

26 Abre su boca con sabiduría,
Y la ley de clemencia está en su lengua.

27 Considera los caminos de su casa,
Y no come el pan de balde.

28 Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada;
Y su marido también la alaba:

29 Muchas mujeres hicieron el bien;
Mas tú sobrepasas a todas.

30 Engañosa es la gracia, y vana la hermosura;
La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.

31 Dadle del fruto de sus manos,
Y alábenla en las puertas sus hechos.

Otros educadores

Fuera del núcleo familiar, encontramos otros educadores: el sacerdote, el profeta y, más adelante, el rabí. El primero, el sacerdote, no cumple una función pastoral según se entiende hoy en día. Más bien es el encargado de representar al pueblo ante Dios a la hora de realizar los sacrificios.

La figura del profeta es muy importante en el antiguo Israel. Dios habla a su pueblo a través del profeta y este, a su vez, no debe opinar al respecto, ni siquiera insinuar que habla en primera persona. Debe quedar bien claro que trae un mensaje de parte de Dios. La mayoría de las veces, el mensaje que el profeta llevaba era un mensaje que no agradaba a la mayoría, pues Dios recriminaba al pueblo que no actuaba según lo que Él había establecido.

El rabí es considerado como maestro. No hay constancia de que la escuela existiera en el antiguo Israel antes de la vuelta del exilio (537 a. de C.). Las tres principales instituciones educativas son la familia, la sinagoga y la escuela.

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